sábado, 28 de marzo de 2009

Me tengo que "arreglar".

Sujetando con fuerza su tenedor, Xochitl cortó la carne y me dijo: “Mira Luis, la semana pasada platicaba yo con una amiga por teléfono y de pronto me cortó la conversación diciendo -Bueno amiga,  te dejo porque es tarde y me tengo que arreglar, mi esposo quedó de pasar por mí esta noche, para sacarme a pasear. Yo le dije, a ver pendeja, en primer lugar, no tienes por qué arreglarte porque no estás descompuesta, y en segundo, tampoco eres mascota como para que te saquen a pasear, salte a la calle tu sola”.

Xochitl y yo nos habíamos reunido a comer en Las Pampas ese mediodía; ella había ordenado una cañita de filete, arroz blanco y brócoli, yo pedí al mesero mi habitual filete de arrachera “tres cuartos” acompañado de unas rebanadas de tomate, aderezadas con vinagre balsámico y aceite de oliva. Al oír su comentario, estalle en carcajadas, al igual que nuestros vecinos de mesa, cuatro cuarentones trajeados, quienes no pudieron disimular haber escuchado y rieron de buena gana también.

Conocí a Xochitl Gálvez en su calidad de empresaria prominente, Directora General de High Tech Services y Presidenta de la Fundación Porvenir, enfocada a apoyar a niños indígenas con problemas de desnutrición en las zonas indígenas de México. Mi impresión inicial sobre Gálvez fue  contrastante por la dualidad entre la llaneza de sus palabras y la discreta elegancia de su atuendo: un business suit azul marino Anne Klein, blusa de seda blanca, un bolso y zapatos Coach color miel y un tono rojizo artificial en su cabello, que contrastaba con el rubor natural de su tez aperlada.  Mujer emprendedora y firme, mostro desde los inicios de su carrera una visión clara:  aplicar alta tecnología hacia la construcción de edificios inteligentes, proyectos de ahorro de energía, automatización de procesos y telecomunicaciones. Entre sus obras más destacadas se incluyen el Centro Financiero Serfin, la Plaza Reforma, y la Torre del Bosque, entre otros. En 1999 fue reconocida por el Foro Económico de Davos, Suiza como una de los 100 líderes globales del futuro del mundo.

”¿Como te sientes, Xochitl al ser tan exitosa no solo en México, sino también internacionalmente?”  le pregunte.  “Mi trayectoria es algo Kafkiano, dijo sonriendo: naci en Tepatepec, una comunidad otomí ubicada en el Valle del Mezquital, estado de Hidalgo. Comí tortillas a mano, hechas por mi madre quien en cuclillas junto al metate, molió maíz al lado del fuego, para luego cocerlas en un comal de barro. A la tortilla le poníamos frijoles y chile, y así, comí lo mismo tres veces al día, por muchos años, esa fue mi dieta. Un día decidí irme a estudiar a la ciudad de México, a la UNAM. Al recibirme, entre a trabajar a una multinacional muy importante y rápidamente subí peldaños. Llegue a ocupar un alto puesto, me case, tuve hijos y un día uno de ellos se enfermo. Ni lo pensé dos veces: ese día me quede en casa a cuidarlo. Esa tarde recibí una llamada de mi secretaria -Xochitl, tu jefe te anda buscando, dice que hay una reunión y que tienes que estar presente;  -dile la verdad, le pedí a mi secretaria, dile que mi hijo está enfermo y que me quede en casa a cuidarlo. Al día siguiente, al llegar a mi oficina, mi jefe me dijo que yo era una irresponsable, que lo primero era el trabajo. Y fue entonces cuando pensé: cuando un hombre se queda a cuidar un hijo, es un héroe. Ah, pero si una mujer lo hace, es una irresponsable. Ese mismo día renuncie y decidí con unos cuantos pesos en mi bolsa, iniciar mi propia empresa y ofrecer condiciones más dignas a las mujeres que trabajan conmigo”.

Se hacía tarde y debíamos regresar al estudio de Televisión para iniciar nuestra entrevista vía satélite. Pague la cuenta y salimos apresuradamente del restaurant. Afortunadamente el estudio estaba muy cerca y aunque disponíamos de solo veinte minutos para iniciar del programa, llegamos rápidamente y tomamos el ascensor; al salir, Xochitl me pregunto: “Luis, ¿donde está el baño?” “Ahí, le dije, al fondo, a la derecha. ¿Vas a ir a arreglarte?” le pregunte con sarcasmo…”No”, respondió, “solo voy a miar”.

 

 

 

 

 

jueves, 19 de marzo de 2009

Martes 13

“Va a desayunar, señor? Le puedo ofrecer huevos revueltos o hotcakes”, dijo la azafata y abrí los ojos. Había tomado el vuelo de las 6:30 am de Monterrey a México, D.F. y el sueño me venció al despegar el avión. “Huevos revueltos”, alcance a balbucear.”Café y jugo de naranja, señor?” Asentí, y la azafata me paso la charola, la coloque sobre la mesita de mi asiento, rompí el papel aluminio para abrir el recipiente de huevos revueltos y el vapor caliente empañó mis lentes; enseguida rasgue la bolsa de celofán que contenía el tenedor de plástico y engullí el primer bocado, envuelto aun en la somnolencia de aquella mañana; sin darme cuenta, un trozo de huevo revuelto cayó sobre mi corbata azul marino y motas blancas.

Un sentimiento de contrariedad me inundo; no llevaba otra corbata y mi cita en la Embajada de Francia era justo cuarenta y cinco minutos después del aterrizaje. Era temprano y las tiendas estarían todavía cerradas, y tampoco había tiempo de ir de compras. Fui al baño a tratar de desaparecer aquella mancha de grasa, frotándola con un trozo de papel y agua fría, luego agregue un poco jabón; entre mas frotaba mas se esparcía aquella mancha obstinada. Trate de tranquilizarme y abroche uno a uno los tres botones de mi saco azul marino y respire aliviado: una vez cerrado el saco, la mancha no  se notaba, sino que quedaba exactamente oculta, debajo del primer botón. Regrese a mi asiento y la voz de la azafata anunciaba ya nuestro descenso en el aeropuerto internacional de la ciudad de México.

Al detenerse el avión, me levante de prisa y agarre mi maletín del compartimento de equipaje, camine por el pasillo siguiendo a la hilera de pasajeros que presurosos buscaban la salida del avión cuando de pronto, sentí que mi zapato derecho se atoro en un riel del piso del avión. Moví mi zapato y oí un sonido hueco: efectivamente, se había trozado el tacón de mi zapato.  Me agache y con la sangre agolpada en mi rostro por la vergüenza, recogí el tacón del piso. Cojeando llegue hasta la salida de “Llegadas Nacionales” en donde me esperaba Guisepe Rossi, un taxista italiano que usualmente contrataba  cada vez que viajaba a la ciudad de México. Mezcla de guardaespaldas-chofer, Guisepe había desarrollado con éxito su negocio de taxi de “categoría especial”: el auto era nuevo, tenia asientos de piel y vidrios blindados. Al subirme al carro, le conté a Guisepe mi incidente con el zapato derecho.”No se preocupe, señor’, dijo; “enseguida me detendré en alguna ferretería y comprare Resistol 5000. Con eso quedara listo su zapato y llegara a tiempo a su cita”.

Recorrimos cuatro ferreterías, todas estaban aun cerradas hasta que finalmente Guisepe localizo un negocio cuyo empleado apenas abría los candados para recorrer la cortinilla de metal y empezar el día. El chofer regreso apresuradamente con una lata grande de pegamento. “ Lo siento, señor, era la única presentación disponible”. Empape el tacón en el contenido pegajoso de aquella lata enorme de Resistol y posteriormente lo pegue en el zapato derecho, presionándolo con mis manos y así lo mantuve durante todo el trayecto hasta llegar a la Embajada. Desafortunadamente el exceso de pegamento amarillo escurrió manchando la superficie externa del tacón.

“Afortunadamente el largo del pantalón cubre la mancha amarilla del tacón, pero no podre cruzar la pierna ni desabotonarme el saco”, pensé mientras que el secretario particular del Embajador, me recibía en la puerta de aquel palacete neoclásico ubicado en Polanco, una de las aéreas mas afluentes de la ciudad de México, en donde se localizan embajadas, hoteles, restaurantes y oficinas corporativas. “El Embajador lo espera en su oficina”, dijo el secretario, con marcado acento francés. Pase al despacho de Bruno Delaye, Embajador de Francia en México. Su oficina era amplia, con grandes  ventanales y de sus paredes colgaban litografías de Renoir, Gauguin, Degas y Manet, entre otros pintores impresionistas; había además varias esculturas de bronce y hierro, probables replicas de Carpeaux y Rude y por todos lados, estantes con libros sobre cine, música, fotografía, toros y box. La oficina era un reflejo de la personalidad exuberante de aquel diplomático influyente y reconocido. Delaye extendió su mano y me saludo sonriente, impecablemente vestido con un traje Hermes color gris Oxford, una corbata y pañuelo color burgandi. Su pelo semi-largo rubio cenizo, la sonrisa amplia y su simpatía  le daban un “savoir- faire” único, que había impresionado a la comunidad artística e intelectual del país. Delaye era una persona ecléctica en sus gustos y aficiones: se relacionaba amistosamente con Billy Ian Hodgkinson, el Vampiro Canadiense, aquel luchador-celebridad; con el asediado boxeador el “golden boy” Oscar de la Olla; era amigo cercano de Maria Félix la famosa diva del cine mexicano; tenia amistad con el escultor Juan Soriano; con el escritor Carlos Monsiváis y con la pintora Leonora Carrington. Al igual, se detenía a cruzar palabras con limpiabotas, voceadores, vendedores de flores, y demás personajes anónimos en la calle, rompiendo el paradigma del diplomático que solo convive con gente de un exclusivo circulo.

Conversamos durante más de dos horas sin parar: hablamos sobre el proceso de construcción de la integración europea, sobre la elección del Parlamento Europeo por sufragio universal directo, sobre  las implicaciones del Tratado de Maastricht y por supuesto, centramos la plática sobre el verdadero motivo de nuestra reunión: el uso de tecnología en la integración de lo que sería su obra más importante como embajador de Francia en México: la Casa de Francia, escuela en donde actualmente se ofrecen las carreras de Modas, Hotelería y Gastronomía. Así, a través de internet Delaye logro  traer desde Francia a los mejores profesores para impartir cátedra a alumnos mexicanos.

Comimos juntos en Champs Elysees y al finalizar la comida no me quise quedar con la duda: “Embajador, por que su fascinación con la lucha y el box?  “Ah –respondió sonriente,  porque me encanta la fuerza del drama que estos espectáculos poseen. Son casi como dramas clásicos, como tragedias griegas en donde se mezclan la voluntad, la técnica, el arte y la inquebrantable fuerza y cumplimiento del destino”. Nos despedimos comprometidos a realizar varios proyectos y especialmente aprovechar la visita del Presidente Chirac a México que el embajador organizaba en fecha próxima, lograr una entrevista y transmitir vía satélite su mensaje para la juventud y comunidad francesa avecindada en los países de América Latina.

Cansado pero satisfecho, regrese esa noche en el vuelo de las 9:30 pm a Monterrey. Libre del saco abotonado que me había asfixiado todo el día y de la corbata manchada, me deje caer en el asiento del avión, en mangas de camisa. “Desea vino, refresco o una cerveza con la cena” oí que me pregunto la azafata. “No voy a cenar”,  respondí, “pero deme por favor un vaso de vino tinto”. Abrí los ojos para recibir la bebida y vi como el vaso de plástico resbalo de las manos de la azafata; parte del liquido cayó sobre mi hombro y escurrió hasta la bolsa de mi camisa blanca. Resignado, vi mi reloj de pulso para calcular cuánto faltaba para llegar a casa: eran las 9: 55 de la noche de un martes 13 de Marzo…

 

 

 

 

 

sábado, 14 de marzo de 2009

Prosumo

Don Tapscott es indudablemente una  autoridad mundial sobre Estrategia de Negocios. Desde la década de los noventa enfatizaba  sobre el impacto de la tecnología en los negocios, el gobierno y la sociedad. Ha escrito hasta la fecha, dieciocho libros. En 1993 leí  Paradigm Shift: the New Promise of Information Technology y sus ideas innovadoras me impresionaron: era como la encarnación de profeta-gurú posmoderno; vaticinaba el advenimiento de un concepto equivalente al open source, el “código abierto” o software distribuido y desarrollado libremente, así como la conformación de negocios globales a través de alianzas tecnológicas. En 2007 leí su más reciente texto: Wikinomics, que ha sido traducido a veintidós idiomas. Leerlo fue un proceso liberador: me emociono y estuve de acuerdo con su concepto de la economía de la colaboración entre grupos humanos. Tapscott en su texto acuñó el término “prosumo” que juega un papel primordial en los procesos de negocios del siglo XXI.

Prosumo es un concepto hibrido entre el producto y el consumo, en donde los clientes colaboran en la creación de productos en forma continua, interactuando a través de los vehículos emergentes. De esta forma, los usuarios se organizan con el propósito de desarrollar sus propios artículos, formando las llamadas comunidades de prosumidores en donde comparten información, intercambian y desarrollan herramientas y métodos y ensayan nuevas versiones de productos. Tapscott menciona que algunos ejemplos de esto son el proyecto Genoma, MySpace, Facebook y Second Life entre otros.

Ante la recesión que ha cambiado completamente el rostro de la economía mundial, varias organizaciones están adoptando los principios de la Wikonomia: la apertura, la interaccion entre iguales que permite revisar el trabajo en forma continua, el uso compartido de recursos y la actuación global. Don Tapscott afirma que las companias monolíticas, verticales, centradas en si mismas están en vías de extinción. El conocimiento “propietario” genera vacio y quienes se obstinen en la posición egoísta de no compartirlo se aislaran y serán superados por las redes que comparten, actualizan y generan valor.

Mi conversación con Don Tapsott ocurrió a través de un videoenlace. Sentados en nuestros sitios, Monterrey y Toronto, vencimos la distancia y hablamos por casi una hora. A pesar de que el motivo de nuestra charla era hablar sobre la publicación de su libro Growing Up Digital: The Rise of The Net Generation, nos centramos a discutir algunas estrategias de negocios y la influencia de la tecnología. Aquí van las ideas que aprendí de Tapscott:

1.       Considera a la innovación como un proceso continuo en tu organización y no como un problema a resolver. Crea a través de la innovación, la sustentabilidad de tu empresa.

2.       Deja que el “dictador” de tu organización sea el cliente, permite que sea él quien determine prioridades de investigación y desarrollos.

3.       Mantén un flujo de comunicación continua con tu cliente y desarrolla de esta forma un “lead incubation”. El cliente puede no estar listo para comprar en este momento, pero lo estará más adelante. Por ello, usa los medios digitales y construye una relación con el cliente; recuerda que por su costo-beneficio, la tecnología y los medios digitales son mas útiles que los medios tradicionales.

 

 

 

viernes, 6 de marzo de 2009

La noche y el día...

Josephine oyó la voz de su marido y el corazón se le quiso salir del pecho. Al hacer alto en un semáforo, un conductor ebrio había golpeado fuertemente la parte trasera del viejo Volvo en donde viajaban su esposo James y sus dos pequeños hijos,  aquella mañana de abril. Ante el fuerte impacto, Joe y Mike, de 8 y 6 años sentados en el asiento de atrás y sin llevar el cinturón reglamentario,  salieron disparados por el parabrisas y murieron de inmediato. Josephine dice que al oír por el auricular la voz entrecortada de James, la vista se le nublo y cayó al suelo. Al despertar, abrió los ojos y tenía la esperanza de que aquello hubiera sido  un mal sueño. El conductor ebrio salió libre bajo fianza a los pocos meses, mientras que a Josephine se le canso el corazón de tanto soltar su jugo.

Conocí a Josephine dos años después de este incidente,  durante mi viaje a Montego Bay, Jamaica. El vuelo de Miami a Montego salía muy temprano e iba repleto de estudiantes universitarios que habían decidido pasar su “Spring break” en aquel paraíso de aguas diáfanas y arenas blancas llamado comúnmente Mo’Bay. Mis compañeros de asiento, dos jóvenes norteamericanos no mayores de veinte años vestían sandalias, cargo shorts  y playeras de algodón. Uno de ellos, provisto de audífonos y un I-Pod escuchó música durante la hora y cuarenta minutos que duro el trayecto. El otro durmió el sueño de los bendecidos, apoyándose en una almohadilla pegada a la cabecera de su asiento, y despertó sobresaltado ante la oleada de turbulencia que anunciaba el descenso al aeropuerto Internacional  Sir Donald Sangster de Montego Bay. Tocamos tierra a las diez de la mañana y algunos pasajeros aplaudieron la pericia del piloto de Jamaica Air durante el aterrizaje. Welcome to Jamaica, man! Dijo el piloto y la música de reggae inundo el avión, amenizando nuestro tránsito hacia el hangar. Después de pasar aduana y recoger equipaje, vi a un negro alto, robusto, con la cabeza rapada, que sostenía entre sus manos un letrero que decía: Louis Alvardo. Era James, el chofer de SOS Children Village.

Tenía una reunión a las once de la mañana y aunque el propósito de mi visita no era vacacionar, al ver las casitas tipo “gingerbread” edificadas a finales del siglo XVII y contemplar el color turquesa del mar de Jamaica, me dieron unas ganas enormes de olvidarme del mundo y meterme a nadar en aquel “agujero azul en donde se confundían el mar y el cielo”. En el trayecto del aeropuerto al orfanatorio, le pregunte a James si estaba contento de trabajar en una organización que albergaba a niños huérfanos, y además, si la institución le daba vivienda para él y su familia. “No tengo familia”, atajo con brusquedad. “Somos solo mujer y yo”, y surgió un silencio hosco e incomprensible entre nosotros.

Mi reunión con Donovan Johnson, director de SOS Children Village fue cordial.  Acordamos que yo regresaría en Noviembre de ese año, con un grupo de voluntarios durante el fin de semana del Día de Gracias para apoyar la labor de treinta parejas de adultos, denominados “Foster parents”, que vivían en minúsculas casitas con diez niños asignados a su cuidado. El orfanato consistía en una comunidad de 30 casas pegadas una a la otra, en una área denominado Stony Hill. Traeríamos juguetes, ropa y medicamentos para los niños,  así como regalos para los “padres” y les ofreceríamos breves seminarios sobre nutrición y cuidado de la salud infantil.

“Que impulsa a estas parejas a cuidar de diez niños menores, a cambio de un salario mínimo?” pregunte a Donovan. “Las razones son variadas”, respondió de inmediato. “Así como hay una historia atrás de cada huérfano, también hay una historia atrás de cada pareja. James y Josephine, por ejemplo, perdieron a sus dos hijos en un accidente, los niños han sido un bálsamo en la vida de esta pareja”.

Caía la tarde en Mo’Bay y el sol dudaba entre irse o quedarse. Donovan me invito a visitar una “familia”. Llegamos a la casa marcada con el numero uno y una mujer de mirada dulce abrió la puerta. Nos invito a pasar a la salita de su casa, en donde sus diez niños veían la televisión. Merendamos con ellos, amontonados en aquel comedor pequeño. Josephine había horneado galletas de raspadura de naranja y cortado hojas de manzanilla de su jardín para hacer el té. En su rostro no había rastros de amargura y en sus ojos tampoco había el sabor del llanto. Hablamos largas horas, de sus labores diarias y de cómo era su vida antes de llegar a SOS Children Village. Menciono la fortuna de estar ahí, para ella y para James, que ahora trabajaba como chofer, el estar involucrados en aquella institución que les había devuelto las ganas de seguir viviendo.“Amo a estos niños -dijo Josephine, porque al ver la noche de sus ojos,  veo la transparencia del día y la luz de mi esperanza ”.