Jose Antonio Vargas ha salido dos veces del closet; la primera vez fue cuando confiesa valientemente que es gay durante una discusión en clase, frente al grupo de sus compañeros y el profesor. En ese tiempo, estudiaba la preparatoria y tenía apenas 18 años. Esta segunda vez, Jose Antonio ha ido más lejos: a los 30 años, e inmediatamente después de obtener el premio Pullitzer, reveló su situación ilegal y ahora enfrenta el peligro de ser deportado del país donde creció. “Estoy harto de huir, de andar corriendo, me siento cansado y exhausto” confesó Vargas; “ya no quiero seguir viviendo en estas condiciones”.
Su artículo “My Life as an Undocumented Immigrant” publicado el 22 de Junio de este año en el New York Times y sus declaraciones posteriores han dividido opiniones. Para algunos legalistas, habría que denunciarlo y deportarlo a su país natal, Filipinas, punto. Para otros, Vargas es considerado héroe y una voz influyente que puede ser un punto estratégico que influencie la reforma migratoria. Tal vez antes de adoptar posiciones, sea conveniente tener la foto completa de esta historia.
Cuando Vargas tenía 12 años, sus familiares pagaron a un “coyote” para que lo ingresara a EEUU y lo trasladara hasta California, entregándolo en la casa de sus abuelos. Vargas tuvo conciencia de su estatus ilegal algunos años después, cuando fue a solicitar su permiso de conducir y un empleado de la oficina de transito al revisar su tarjeta verde, la rechazó por ser una copia falsificada. Decepcionado, Jose Antonio confrontó a sus abuelos por su estatus ilegal en este país. Inteligente y ambicioso, el joven destacó por grandes logros académicos en la preparatoria y se convirtió rápidamente en editor del periódico estudiantil; sus altas calificaciones llamaron la atención de directivos de la escuela preparatoria quienes al saber de su estatus ilegal, le ayudaron a obtener en Oregon su licencia de conducir y a través de una falsa tarjeta de seguridad social, consiguió oportunidades para realizar prácticas profesionales.
Con el apoyo de sus benefactores de la preparatoria, consiguió una beca que le permitió ingresar a la escuela de periodismo de la Universidad Estatal de San Francisco y finalmente con papeles falsos obtuvo empleo en La Crónica de San Francisco y en el Washington Post donde iniciaría una brillante carrera como reportero. Su cobertura de los acontecimientos violentos en el Tecnológico de Virginia por parte de Vargas y su equipo noticioso, les hacen acreedores al Premio Pullitzer.
Es importante mencionar que el articulo de Vargas fue originalmente preparado para ser publicado en El Washington Post; sin embargo, al enterarse que no habían autorizado la publicación, Vargas contactó al New York Times, cuyos editores se dieron cuenta desde el principio que aquel reportaje constituía un importante material noticioso. El articulo muestra las contradicciones e ilustra al público estadounidense sobre la injusticia y la crueldad de las actuales leyes migratorias.
El debate que ha despertado este artículo es feroz porque muestra que los inmigrantes ilegales en este país ya no se dedican a lavar platos, ni a recoger zanahorias y tampoco a cuidar niños, sino que una mayoría creciente, ostenta títulos universitarios. Vargas forma parte de los millones de inmigrantes que -siguiendo una vieja tradición estadounidense- están transformando el país y contribuyendo a su progreso. La población hispana, por ejemplo, se va a triplicar en los próximos 50 años. Su poder adquisitivo se incrementa a una tasa tres veces mayor que el promedio nacional, al igual que su ritmo de creación de nuevas empresas. La clase media hispana de Estados Unidos es hoy una de las de mayor crecimiento del mundo: en 20 años aumentó un 80%.
El futuro de Vargas es incierto, como también incierto para legales e ilegales, la construcción del famoso sueño americano; este país hace mucho dejó de ser The place where dreams come true…leyenda que solo es creíble en los parques de Disney.