lunes, 16 de agosto de 2010

El país de los excesos

Al dar la vuelta hacia la calle North West M en Georgetown, no podía creerlo: había una larga fila que se extendía por más  de dos cuadras; todos con un solo propósito: comprar los famosos cupcakes de Georgetown. Las propietarias de este negocio floreciente, Katherine y Sophie Kallinis jamás imaginaron el éxito que les aguardaba el 14 de Febrero de 2008, día en que abrieron las puertas de la única y más famosa “cupcakeria” de Washington, D.C. Las jóvenes empresarias, sin entrenamiento culinario formal y armadas solamente con las recetas de la abuela, recuerdan que hornearon su primer pastel a la edad de 3 y 4 años, con motivo del cumpleaños de su abuelo: un pastel de vainilla con betún de crema y chocolate. Hoy en día, auxiliadas por un gran número de empleados, hornean un promedio de 5,000 cupcakes diarios que son consumidos y/o enviados por paquetería para satisfacer los caprichosos gustos de aquellos que pueden darse ese lujo de solicitarlos, no importa cuán alejados se encuentren de la capital del país.

 

Pasaron más de 45 minutos y la fila no avanzaba, así que tuve tiempo de sobra para observar y hacer reflexiones; aquí van algunas:

1.     Vivo en un país de excesos: exceso de peso en la mayoría de la población, exceso de sal en las comidas, exceso de azúcar en los postres, exceso de hielo en las bebidas, exceso en las porciones de comida que sirven en los restaurantes, exceso de frio en el aire acondicionado que refrigera los interiores de casas, restaurantes y hoteles; exceso de alcohol y drogas entre los jóvenes cada fin de semana, entre otros excesos de excesos.

2.     Nuestra fila parecía una emulación de la Torre de Babel: en aquella larga hilera humana, habíamos gente de todos los colores, y hablábamos una gran variedad de lenguas; esa fila era un reflejo de la diversidad cultural que impera en Estados Unidos, en donde los blancos y de ojos azules se están convirtiendo en una minoría. 

3.     En aquella larga hilera, predominaban las mujeres y aunque pocos, los hombres lanzaban preguntas tales como: ¿que tienen de especial estos cupcakes? ¿Por qué tenemos que perder tiempo solo para comer un cupcake? ¿Es éste el único sitio en donde venden cupcakes? Sin embargo, al ingresar al local, los primeros que se entusiasmaban, empezaban a apuntar, a señalar los sabores de los cupcakes que iban a comprar, eran justamente los hombres.

4.     De acuerdo a los comentarios que escuchaba, fueron el show de Televisión abierta de las hermanas Kallinis y el Website que incluye webisodes sobre pequeñas historias y anécdotas que ocurren en Georgetown Cupcakes, los detonadores de la popularidad y el éxito de la empresa y constituyen una mezcla de Mercadotecnia hibrida off y on line que impera en los negocios actuales; por supuesto, habría que añadir el poder indiscutible del “Word of mouth” que atrae a un gran número de referidos. “Vale la pena la espera, los cupcakes son deliciosos” dijo mi vecina de fila, al ver mi impaciencia. “Esta es mi tercera vez que vengo y vendré de nuevo” añadió. Sus palabras fueron un aliciente que apaciguaron mi impaciencia.

 

Finalmente, llegamos a la entrada del negocio; la mayoría de los clientes, armados con cámaras fotográficas, captaban aquel instante mágico de haber llegado a la meta, disparando flashes a los cupcakes, a los empleados y a la clientela que sonriente, se disponía a tomar decisiones y a comprar. Entusiasmado, ordené tres cup cakes: dos de key lime y uno de coco; al darle al empleado mi tarjeta de débito, tuve la sensación de estar pagando siete veces el valor real de aquel postre; y al engullir el primer bocado, pensé que irremediablemente yo era uno más de los miembros de este país de los excesos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Interesante observación.

    Ahora, aquí te va la mía: ¡¡¡¿De verdad eres capaz de esperar en fila por un cupcake?!!! Amigo, con cariño, Washington ofrece muchas mejores alternativas. Y sin colas. Un abrazo.

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