Tú me acostumbraste a todas esas cosas
Y tú me enseñaste que son maravillosas…
Mi padre y mi madre fueron siempre “el alma de las fiestas” y de sus voces aprendí a apreciar el bolero y su lirica, como expresión y forma de verbalizar el sentimiento amoroso: “eres mi bien lo que me tiene extasiado, ¿por qué negar que estoy de ti enamorado? ”. Mis tres hermanos desde muy pequeños, al igual que mis padres, tocaban la guitarra y entonaban canciones románticas en reuniones, despertando el reconocimiento y el aplauso de los amigos. Mis padres y hermanos eran muy solicitados para cantar en fiestas y serenatas; a mí me costó mucho trabajo cantar; de niño me sentía como “el patito feo” pues fui el único de mi casa que jamás aprendió a tocar un instrumento musical y mi calidad vocal dejaba mucho que desear. Recuerdo haberme propuesto cantar, auxiliado con una grabadora de audio; ensayaba canciones una y otra vez, provocando la risa de mis hermanos ante mis esfuerzos inútiles: a veces desafinaba o no alcanzaba las notas altas.
Mi madre que para todo tenía solución y salida, al ver mi desesperación, me empezó a enseñar hacer la segunda voz y los coros para algunos boleros que según ella, no ofrecían mayor esfuerzo vocal: así aprendí canciones como “Cenizas”, “La gloria eres tú”, “Miénteme” y “Tú me acostumbraste”, de Olga Guillot. Gracias a los consejos de mi madre, pude participar cantando en grupo, en aquellas tertulias inolvidables.
Hoy, de Olga Guillot, la reina del bolero ya sólo queda el recuerdo; la cantante más internacional de Cuba junto con Celia Cruz, falleció hace unos días en Miami a causa de un infarto, a los 87 años. Su voz aterciopelada, como se la conocía, se apagó para siempre. La máxima leyenda del bolero, como Celia lo fue de la salsa, murió también sin volver a la Cuba que dejó después del triunfo de la Revolución. Olga nació en Santiago en 1925 y comenzó muy pronto su carrera, con 14 años, haciendo un dúo con su hermana. Ya en solitario, su fama fue memorable en los años cincuenta. Su calidad continuó en el destierro de México, donde fijó su primera residencia, que después alternó con Miami.
Olga Guillot traspasó todas las fronteras, donde fue una referencia para varias generaciones. Grabó más de 50 discos; su sueño era cantar de nuevo en Tropicana, el prestigioso cabaré de La Habana. La versión española de Lluvia gris (Stormy Weather) fue su primer gran éxito. Curiosamente, un blues estadounidense. Ella ya cantaba boleros, pero su casa de discos le propuso cantarla porque estaba de moda. Pero pronto llegaron sus maravillosos boleros, canciones míticas, una lista casi interminable que la haría famosa. Contigo en la distancia, Tú me acostumbraste, La noche de anoche, La gloria eres tú... y, Miénteme. "El bolero es mi escuela, mi género, mi estilo", decía siempre. "El bolero es poesía y existirá mientras haya poetas". Su forma de interpretar, sensual, dramática, potente, todo en una mezcla emocionante, la ha permitido pasar a la historia de las grandes divas de la canción. El bolero, con su especial entorno de amores, engaños, mentiras, celos y arrebatos, fue su gran territorio de gloria.
La semana pasada fui con un grupo de visitantes a “Mangos”, un célebre bar con música en vivo, ubicado en la calle Ocean Drive en South Beach Miami. La banda que normalmente interpreta merengue y reggaeton, esa tarde en memoria de Olga, empezó a interpretar en versión salsa la canción Tú me acostumbraste; al escuchar los acordes y sin pensarlo dos veces, salté de mi silla y me coloqué al lado del micrófono con el grupo musical; cerré los ojos y pensé en aquellas lecciones infantiles de canto que tuve con mi madre, libre de fantasmas y ataduras, y me sumé al homenaje entonando la parte del coro que dice: “por eso me pregunto, al ver que me olvidaste, por qué no me enseñaste, como se vive sin ti…”