“Necesitamos comprar un pavo de 16 libras, toma en cuenta que cada persona se va a comer por lo menos una libra de pavo y es mejor que sobre y no que falte; además, al día siguiente comeremos tortas de pavo y así no me apuro por hacer comida por varios días; hay que comprar además elotes tiernos, papas, mantequilla, crema, leche evaporada, leche condensada, manzanas, calabazas, carne molida, pasas, almendras, aceitunas, alcaparras, nueces, vino blanco, vino tinto, malvaviscos, arándanos, helado de vainilla y de chocolate, un pastel, un pie de manzana, un pie de limón” decía mi esposa con una lista de ingredientes en la mano, mientras yo empujaba el carrito repleto de comestibles, entre los pasillos del supermercado, compitiendo por espacio para pasar entre las filas de gente, en esos días en que todos andamos de compras, entre prisas y carreras.
Cuatro días antes del Jueves, Día de Gracias, empezábamos con los preparativos para la cena y usualmente iniciábamos con lo más fácil: los platillos de guarnición, colocando en grandes recipientes puré de papas, soufflé de elote, ejotes frescos con mantequilla con hojuelas de almendras, soufflé de camotes y malvaviscos, jalea de arándanos; al terminar cada platillo, lo cubríamos con papel aluminio y lo sellábamos con bolsas de plástico para que su aroma no contaminara al resto de los alimentos; posteriormente horneábamos panecitos, pays y galletas, colocándolos con esmero en bolsas de celofán y en contenedores de plástico con tapa. Faltando tres días, iniciábamos el ritual de preparar el pavo, “dado que el proceso de descongelación tenía que ocurrir en el refrigerador y no a la intemperie” afirmaba mi esposa sin transigir. Colocábamos en un recipiente grande y profundo, un galón de vino blanco y lo mezclábamos con otro tanto de consomé de pollo, añadiéndole sal, ajo, cebolla, tomillo y mejorana, revolviendo muy bien aquella poción para marinar; posteriormente había que retirar del interior del pavo las menudencias, “pues al final, sirven para preparar el gravy”; colocábamos el pavo con las alas volteadas hacia atrás y lo sumergíamos completamente, para que se marinara por veinticuatro horas, dentro del refrigerador.
El Jueves de Acción de Gracias, muy temprano había que remover el pavo del recipiente, secarlo muy bien por dentro y por fuera, para después inyectarlo con jeringas desechables en diversas partes del cuerpo del ave, utilizando el liquido que previamente habíamos usado para marinar; inmediatamente después era necesario precalentar el horno a 350 grados y empezaba el proceso de rellenar el pavo con mantequilla, romero y tomillo, agregando un poco de sal y pimienta; había que colocarlo después en una pavera, taparlo muy bien y dejarlo en el horno por una hora. Posteriormente, venia lo más complicado y laborioso: remover el liquido grasoso que había salido del pavo y untarlo cuidadosamente por la superficie exterior del animal. Era indispensable repetir esta operación cada 30 minutos y después de 4 o 5 horas en el horno, había que revisar que estuviera bien cocinado, haciendo un corte entre la pierna y la pechuga, para asegurarnos que no hubiera sangre. Una vez cocinado a la perfección, lo dejábamos reposar por veinte minutos para que los jugos se distribuyeran, para después servirlo en un platón adornado con racimos de uvas, con algunas rodajas de naranja, y ramas de laurel y tomillo.
Esa misma mañana del Día de Gracias, utilizando girasoles y hojas secas de otoño, calabazas, guirnaldas y velas, decorábamos la mesa y colocábamos con gran esmero doce lugares; poníamos servilletas de tela, cuchillería recién lavada y pulida, seleccionábamos las copas simples para el agua, las copas de cristal cortado para el vino, los platos grandes de la vajilla blanca, los platos medianos para ensaladas, los platos pequeños para postre, y sacábamos las tazas de filo dorado de la vitrina, para el café o el té. En la barra de la cocina colocábamos en riguroso orden, el pavo, la variedad de platillos de guarnición y tres o cuatro postres; en un rincón habíamos puesto previamente las botellas de vino tinto, rosado y blanco, los refrescos, un ponche preparado con gingerell, jugo de arándano y helado de limón, agua gaseosa, agua natural, la hielera con hielo picado y unas pinzas.
Aunque éramos cinco en la familia, los hijos acarreaban para esta celebración a algunos de sus amigos y esos amigos, traían mas amigos; con el paso del tiempo, mis hijos acarrearon novias y un día, las novias se convirtieron en esposas y de pronto, imperceptiblemente, se fueron… Este año para la cena del Día de Gracias tendremos un pavo de 5 libras, habrá solo tres sitios puestos en la mesa y nueve sillas vacías; sin embargo, hay muchas razones para agradecer: ese día levantaré mi primer copa por las dos princesas que han llegado a mi familia, inundándola de una alegría inusitada; con mi segunda copa en la mano brindaré feliz porque aunque mis hijos estén lejos, ellos han formado ya su propio ritual de celebración con sus familias, así como lo inicié yo con ellos hace mucho tiempo, siguiendo el curso natural de la vida. El brindis de mi tercer copa será porque a pesar de que vivimos una época de recesión, tenemos salud, empleo y mucha energía para enfrentar los retos; levantare la cuarta y última copa por ustedes, mis amigos que me leen cada lunes y que se han convertido en mis virtuales aliados y cómplices que me salvan semanalmente… Salud y felices fiestas!
Dr. Luis F. Alvarado.
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