lunes, 15 de julio de 2013

Tierra de oportunidades.

Mi nieto Emilio Alvarado Nikolova es rubio, de ojos claros y piel blanca; él tiene de mexicano lo que yo de ruso; como Emilio, este país está repleto de mezclas raciales y quieran los republicanos o no, la evolución de Estados Unidos hacia una gran sociedad multicultural se producirá con o sin reforma migratoria. En realidad, la reforma solo acelera un destino inevitable. Hispanos, asiáticos, anglosajones, centroeuropeos y afroamericanos, favorecidos por un entorno aperturista y por nuevas tecnologías de comunicación instantánea, están llamados a interrelacionarse en una nación en la que, nombres como, por ejemplo, Juan Johnson-Chan, serán cada vez más comunes. Eso permite vislumbrar un nuevo horizonte en el que las disputas religiosas y nacionalistas cedan ante el conocimiento. No hay mejor antídoto para la intolerancia que la convivencia.

 

Obama tiene que cumplir su promesa: la reforma migratoria; ganar la elección para su segundo mandato obedeció en gran medida al apoyo del voto hispano. Sin embargo, el riesgo de ciudadanos de lealtad compartida o, simplemente, carentes de ella, es innegable. Ayer llovió sin cesar durante todo el día, y por lo tanto, no tuve más remedio que quedarme en casa y ver televisión; vi la repetición del  partido de futbol soccer entre México y Estados Unidos. Lo primero que note fue a dos mexicanos, ambos del mismo origen, la misma lengua y el mismo acento, pelear tras un balón, uno por la camiseta de México, y otro, por el equipo de las barras y estrellas.

 

Es cierto que este no es un problema nuevo para este país. A principio del siglo XX, el porcentaje de extranjeros entre la población norteamericana era más alto que hoy, y de allí surgió, sin embargo, la mayor potencia económica y militar que el mundo ha conocido jamás. Más aún, un modelo de sociedad que hasta China trata de imitar. Hoy, el desafío es mayor porque la diversidad es mayor. Si no debió de ser fácil hacer causa común entre italianos, irlandeses y polacos, por mencionar algunos de los focos migratorios del pasado, más complicado todavía puede ser crear una nación de la que se sientan parte filipinos, salvadoreños y nigerianos, entre otros de los grupos de inmigrantes en la actualidad.

 

No obstante, el móvil que entonces empujó a los inmigrantes hacia EE UU no ha cambiado. La ambición de progreso, de libertad para escoger el estilo de vida que cada uno prefiera, la perspectiva de una vida mejor para las siguientes generaciones, esa condición innata en el ser humano de avanzar en el camino, permanece inmutable. Hoy reconozco que EE UU no es  una tierra de oportunidades al alcance de cualquiera. Es un país en el que el éxito se paga con sudor y, a veces, con injusticia y discriminación. A pesar de todo, esta nación sigue siendo una tierra de oportunidades, para aquel dispuesto a pagar el precio,